Columna de opinión por Orlando Oliveros Acosta
Germán Castillo, un ‘influencer’ conocido como El Chimba TV, sube a su cuenta de Instagram videos en los que traga pañuelos, escupe agua o pasea con adultos vestidos de bebé. A veces también gasta bromas con una cámara escondida o atestigua una discusión entre dos personas con enanismo (que luego describe como una “mini-pelea”).
Nada distinto del entretenimiento frívolo con el que otros “influencers” complacen a sus seguidores. Pues bien, a raíz de esta labor, el Concejo Distrital de Cartagena acaba de condecorarlo con la orden de Gran Comendador. Gloria Estrada, concejala del partido Liberal, afirmó que lo hacía porque El Chimba TV “enviaba mensajes positivos a sus seguidores en las redes sociales”.
Yo creí que el Concejo, que tantas payasadas y actos de corrupción ha protagonizado, no podía ingeniarse una vergüenza nueva. Ahora sé que siempre pueden superar los límites de su propia ridiculez. Ahora sé que, en una ciudad repleta de artistas e intelectuales que sucumben en el anonimato, nuestras instituciones públicas premian a “influencers” que se graban arrojando bandejas de maicena a sus abuelos y oliendo las flatulencias de sus amigos.
En el fondo, lo preocupante no es la medalla que Gloria Estrada colgó en el cuello de Germán, sino el mensaje que reciben las nuevas generaciones: ser “influencer” paga, y paga bien. Qué más da si, para alcanzar la fama, hay que colgar un video en el que tienes sexo con un cojín. Lo importante es hacerse viral, “influir”, formar parte de la comedia barata en la que se está convirtiendo el mundo.
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