Esta nota fue publicada originalmente en el diario La Verdad de Cartagena y se re-publica por un nuevo aniversario de este hito nacional.
Por: Raúl Porto Cabrales (Especial para PrimerTiempo.co)
Uno de los acontecimientos más satisfactorios que a lo largo de la historia del deporte colombiano ha tenido una enorme trascendencia, es sin lugar a dudas la victoria alcanzada por el púgil palenquero Antonio Cervantes Reyes «Kid Pambelé», la noche del 28 de octubre de 1.972 en el ring del Gimnasio «Nuevo Panamá» de Panamá, cuando derrotó al púgil local Alfonso «Peppermint» Frazer, hasta ese momento monarca welter junior de la Asociación Mundial de Boxeo por KO en diez asaltos.
Y no era un triunfo cualquiera lo logrado por el boxeador residente en Venezuela, el cual se traducía en algo con un peso específico que en ese momento era muy difícil de cuantificar.
Fuimos de los pocos colombianos testigos de lo que se consideró una proeza del deporte nacional. El escenario – inaugurado dos años con motivo de los X Juegos Centroamericanos y del Caribe – era una enorme caldera que rugía por los gritos de 15 mil espectadores que no se cansaban de apoyar y respaldar a su coterráneo, quien se batía como un león frente al retador colombiano. En aquel momento, Panamá contaba con cuatro campeones mundiales, una cifra que llamaba mucho la atención en el mundo del boxeo si se tiene en cuenta que la república panameña no llegaba a los dos millones de habitantes.
A medida que transcurrían los asaltos la tensión y la temperatura subían, hasta se podía sentir la estática que había en el ambiente. Muchos aficionados panameños todavía tenían fresca en la memoria aquel combate que nueve años antes su máximo ídolo Ismael Laguna había celebrado frente al cartagenero Antonio «Mochila» Herrera, en una revancha que rompió todos los records de asistencia y taquilla en la nación istmeña.
El combate lo iba ganando hasta finalizar el noveno asalto «Peppermint» Frazer, no en forma amplia, pero si continuaba manejando la estrategia propuesta seguro saldría vencedor. Pero precisamente, antes de concluir aquel round, Pambelé hizo sentir sus manos en la humanidad del campeón y este llegó acusando los efectos de los golpes a su esquina. Salen para la décima vuelta y el minuto de descanso no le alcanzó para reponerse. Pambelé lo sabía y la esquina le insistió con gritos que saliera a tirar las manos, que le tomara la iniciativa y que no lo dejara pensar.
Solo habían pasado 75 segundos del décimo asalto cuando la tarea estaba concluida. Los destructores golpes de Cervantes arrasaron la humanidad de Frazer quien se desbarató ante la mirada incrédula de esa «marea humana». Sus condiciones físicas se habían esfumado, no alcanzó a tirar un solo golpe y su defensiva se derrumbó quedando a merced de los certeros latigazos del palenquero, quien lo sometió a una tortura de tirarlo tres veces a la lona. De las tres, las dos últimas caídas fueron innecesarias. En la primera, de la cual no se recuperó ya estaba listo, pero el árbitro panameño Isaac Herrera en un afán desmedido de nacionalismo lo sacrificó. En la última quedó derrumbado por toda la cuenta. Frazer permaneció ocho minutos en estado de letargo.
Pambelé había vencido y convencido. Cuatro años antes era un paria y ahora era campeón. Hizo famoso desde ese momento el apodo que un tío suyo, cuando todavía bebé de cuna le colocó al verlo manotear, asociándolo con un boxeador nicaragüense que en aquellos tiempos era la sensación en Colombia, llamado Miguel Ángel Rivas apodado «Pambelé».
La ocasión de combatir «Kid Pambelé» por el campeonato mundial, tiene ribetes interesantes. Frazer destronó al argentino Nicolino Loche en marzo de 1.972, tres meses después que el gaucho – con su insípido estilo — venciera en un enredado combate al palenquero en Buenos Aires. El manejador del «canalero» buscaba una defensa fácil para su pupilo.
La oportunidad les cayó del cielo, como mandada a hacer, porque el 11 de agosto de ese año se realiza una velada boxística en Maracay — Venezuela. En el mencionado programa, Cervantes hace pleito semiestelar frente al mejicano Lupe Ramírez en una pelea de pésima factura, en la cual el «negro» se explayó en mostrar todos sus defectos y nada de sus virtudes — que ya eran algunas — dejando entender que era un peleador rudo, sin mucha escuela y limitado técnicamente. Lo que buscaban para Frazer. El manejador del campeón panameño estaba presente, y no lo dudó dos veces: «Pambelé» era el hombre para «Peppermint».
Se acomodaba a lo que él andaba buscando, un rival fácil que no revistiera peligro alguno para la corona. Ofrece cinco mil dólares de bolsa y Ramiro Machado – manejador del colombiano – corriendo los acepta. El tiene plenamente la confianza que el suyo va a ganar. Ahora el asunto quedaba en manos de su pupilo. Esa victoria fue una gesta que conmovió los cimientos del deporte colombiano, un movimiento telúrico que se prolongó por ocho años de reinado y diecinueve defensas de la corona, todo girando alrededor de la fama y el derroche. Sus peleas creaban optimismo en el país, enseñó a ganar a Colombia, puso a madrugar a sus habitantes y entró en el ámbito de la leyenda.
Pero desde aquel momento todo cambió en su vida, llegó el dinero, las comodidades, aparecieron los personajes, los viajes, las peleas, las mujeres, las drogas, y con ello la ruina. Lo envolvió una especie de espiral y se fue en caída libre al infierno. Hoy sobrevive por la pensión gubernamental.
En Pambelé está representado el ayer, la añoranza y el esplendor del boxeo colombiano, se convirtió en símbolo y estandarte de un país y a la vez inspiración de aquellos que luego surgieron. Embolador de zapatos y vendedor de cigarrillos en el Camellón de los Mártires, que junto con Chambacú, fueron el crisol de los primeros puñetazos que lanzó. La calle fue su escuela, dando y recibiendo pescozones.
Pambelé empezó a pelear en 1.964 y al principio comenzó a utilizar el apodo de la «Araña Negra», con el fin de poderlo camuflar en las diferentes poblaciones de la Costa Norte, que eran los sitios donde se programaba, al inicio de su carrera. La afición siempre exigente de Cartagena no le daba la visa para su actuación. Era calificado de mediocre, torpe, de golpes alocados y sin vistosidad. En una palabra, algo del montón. Pero el entrenador chileno Julio Carvajal veía algo en él, y en vista que las puertas no se abrían en la Heroica, resuelve refugiarse en Venezuela en ese momento el Dorado para todos los colombianos necesitados y desempleados. No tenían nada que perder.