El utilero es el alma de un equipo de fútbol. Y Jaime Herrera Pérez, más conocido como «Rasquiña», fue el utilero de Real Cartagena en el histórico año 2005. Herrera trabajaba desde 2003 con el onceno heroico pero en labores administrativas y logísticas, y de un momento a otro, terminó convirtiéndose en pieza fundamental en el cuerpo técnico que encabezaba Hernán Darío Herrera. Quince años después, «Rasquiña» le cuenta a PrimerTiempo.CO los secretos y las anécdotas de esa memorable campaña.
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¿Cómo llega «Rasquiña» a ser utilero de Real Cartagena?
«Las cosas se dieron sin pensarlo. Yo trabajaba en la logística del operativo de boletería de los partidos cuando el equipo estaba en la B, y en 2004 asciende. El gerente deportivo de esa época, Dumek Turbay, me pide que le colabore en la parte logística de la pretemporada en San Pedro de los Milagros (Antioquia). El utilero de esa época era el popular «Poti», y no pudo viajar. Jorge Oviedo también viajó a esa pretemporada y me decía que me le midiera a hacer de utilero, que él me enseñaba, que no me diera miedo. Yo con temor decía que no, que nunca lo había hecho, que los jugadores tenían mucho carácter y exigen mucho, y me daba miedo embarrarla. Pero me convenció y empecé a trabajar al día siguiente madrugado».
Y usted asume su rol de utilero con un director técnico como Hernán Darío Herrera, ¿cómo le fue con él?
«El profe Herrera era bastante exigente. Para mí fue duro por esa exigencia y mi falta de conocimiento. Me tocó iniciar solo, en una pretemporada en una cancha difícil, y los balones se iban a un bosque lleno de culebras y de pullas, me tocaba buscarlos y que no se perdiera ninguno. Hubo un momento en que el profe se desesperó conmigo pero luego comprendió que era mi primera vez».
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Era un equipo con muchas cábalas, precisamente por el profesor Herrera…
«Herrera decía que todo lo tenía en la mente, cada paso que daba entre semana de preparación, hasta donde se sentaba, todos los horarios, la manera de hacer las cosas. Si todo salía bien, volvía a repetirlo todo. Una de sus cábalas era la ropa que vestía para dirigir en la raya: repetía siempre la ropa con la que ganaba. Tenía un pulso en la mano, que le colgaba una cruz de un rosario, y pasaba todo el partido empuñándolo».
¿Por qué ese Real Cartagena fue tan exitoso?
«Ese equipo fue un Real totalmente renovado desde la parte directiva. Hernán Vélez, Dumek Turbay, Augusto Pinedo, se empeñaron en traer buenos jugadores y estar al día con el equipo, cumplirles con todo a los jugadores, lo que fue fundamental para salir adelante. A ese equipo no le faltó, nunca se había trabajado con tantas herramientas como ese año. Los directivos me escuchaban mucho, yo hablaba con los utileros de otros equipos, y me daban ideas y me decían que pidiera herramientas. Y los directivos las daban».
¿Cómo era el ambiente en el grupo? ¿Qué anécdotas recuerda?
«El preparador físico Nelson Granados quería acelerar todo en los entrenos, era bastante intenso, y un día en Takurika me tenía con rabia de tanto acosarme. Ese día se sentó en la tula de los balones, y empezó a pedir balones. Pero él estaba encima de ellos, y no me escuchaba cuando le pedía permiso. Le saqué el primer balón, se desinfló la tula, y cayó de frente en un charco que se había formado. Todos los jugadores pararon el entreno para reírse y celebrar la caída de Granados, que estaba en el fango».
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El utilero siempre conoce a todos los jugadores y sus personalidades, ¿quién era el jugador más mamador de gallo de ese equipo?
«Carlos Preciado, sin duda. Preciado era muy gracioso, era el chistoso del grupo. A todos les ponía apodos. Una vez bautizó a Fram Pacheco como «El Chavo del Ocho», porque usaba pura ropita vieja (risas). Ese man le sacaba cuento a todo».
¿Y cuál era el jugador más complicado?
«El más complicado era Manuel Galarcio. Cuando no se daban las cosas, Galarcio se ponía de mal humor, porque él se exigía demasiado. Manuel era amargado, muchas veces confrontó a varios compañeros, les decía que pusieran cojones. Eso también sirvió mucho, Galarcio fue un gran líder por su carácter, y eso influyó en el éxito del equipo. Galarcio dentro del camerino daba una segunda charla después de la charla del profe Hernán Darío. Pero tenía unos cuentos… una vez en fiestas de noviembre, se presentó a un entreno y empezó a hacer tiros al aire (risas)».
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¿Qué recuerda de ese 11 de diciembre, de ese 4-0 ante Santa Fe que llevó a Real Cartagena a la final?
«Yo era el que le contaba a los jugadores qué pasaba en el partido del Medellín, cuando entraba a darles el agua. O me iba detrás del arco y les decía a Didier y a Galarcio qué resultado necesitábamos. Incluso en un momento el arquero de Santa Fe, «Neco» Martínez, me preguntaba que cuántos goles nos faltaban para clasificar. Después del penal que anota Luis Omar, fue una emoción inolvidable. Yo me sentía campeón, y varios también, porque pensábamos que el Deportivo Cali era el rival más fácil de todos los que nos había tocado enfrentar».
¿Por qué Real Cartagena no fue campeón?
«Quince años después hay cosas que ya se pueden decir. La final la perdimos por falta de experiencia del presidente. No se llegó a un acuerdo en el tema del premio, y eso desmotivó a los jugadores. El presidente Hernán Vélez era una persona muy seria, y no quiso comprometerse con lo que no tenía. No pensó en el premio que ganaba yendo a Copa Libertadores, que con eso podía resolver. Fue muy sincero y muy serio en ese momento. Y el premio del Cali era muchísimo más alto, y creo que eso fue fundamental ahí».
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