Para la hinchada de Atlético Nacional, el gol del cartagenero Orlando Berrío al minuto 94 contra Rosario Central en los cuartos de final de la Copa Libertadores 2016 fue mucho más que un simple tanto. Fue un estallido de júbilo, un grito que liberó la tensión acumulada de un partido agónico y selló el pase a las semifinales en el camino hacia la anhelada segunda Copa Libertadores.
Muchos aficionados verdolagas lo recuerdan como el gol que más han gritado en sus vidas, un momento de euforia colectiva que trascendió lo deportivo y se instaló en la memoria emocional del club.
En diversas entrevistas posteriores, el delantero nacido en el barrio Las Palmeras de la capital de Bolívar, ha manifestado la profunda significación de ese gol tanto para él como para la hinchada. Lo describe como un momento «perfecto» y «completo», donde la euforia del gol se fusionó con una celebración visceral.
Berrío ha reconocido que su explosiva celebración, gritándole el gol en la cara al arquero Sebastián Sosa, fue producto de la tensión del partido y de algunos insultos racistas que había recibido. Sin embargo, más allá de la polémica, siempre resaltó la importancia de su tanto para la clasificación y el impulso anímico que significó para el equipo en su camino al título.
En una entrevista reciente, Berrío recordó cómo la gente le cuenta anécdotas de la celebración, como personas perdieron zapatos o incluso se abrieron puntos de cirugías por el frenesí del momento. También destacó el orgullo que siente al ver murales con su imagen y al escuchar a su hija hablar de ese gol en el colegio. Para él, ese tanto no solo fue un logro deportivo, sino un momento que lo unió para siempre a la historia y al corazón de Atlético Nacional.
A 9 años de la gloria: Así fue la hazaña de Orlando Berrío
Nueve años han pasado desde aquella noche de mayo en Medellín, donde el Atanasio Girardot rugía con la esperanza verdolaga. El reloj, inclemente verdugo del anhelo, marcaba las postrimerías de un partido de aliento suspendido. Rosario Central, un muro de tensión y garra, se aferraba a la ventaja, pero sin lograr silenciar la pasión verdolaga.
Pero en el minuto 94, cuando la sombra de la eliminación se cernía sobre el templo verde, emergió desde el costado un rayo de Cartagena, un torbellino de potencia y fe: Orlando Berrío. Sus piernas, flechas veloces, lo impulsaron hacia un balón que parecía esquivo, una última plegaria lanzada al área por el milagro: Andrés Ibargüen.
El aire se cargó de energía positiva, la respiración de miles se detuvo en un instante eterno. El centro llovido del cielo encontró a Henríquez y luego a la humanidad del hijo de Las Palmeras, un derechazo seco, teledirigido al rincón más lejano, donde la araña rosarina jamás podría alcanzar.
Y entonces, el estallido. Un rugido volcánico que sacudió los cimientos de la ciudad y el país verdolaga, un grito unánime que desgarró la garganta de cada hincha, desde el abuelo curtido en mil batallas hasta el niño que soñaba con gestas heroicas. Lágrimas de alivio y euforia se confundieron en las mejillas, abrazos desconocidos sellaron una hermandad forjada en la pasión.
Berrío corrió, poseído por la alegría indomable, y su grito al portero Sosa, potente y liberador, resonó como un eco de la gloria esquiva que comenzaba a materializarse. No fue solo un gol; fue la resurrección de un sueño, la confirmación de que la fe, cuando es inquebrantable, puede retar al tiempo y al destino.
Nueve años después, el recuerdo de ese gol late con la misma fuerza en el corazón de la hinchada de Nacional. Un gol que trascendió el marcador, que se convirtió en un símbolo de la garra, la esperanza y la gloria que finalmente se alzaría en lo más alto de América. El gol de Orlando Berrío, el grito más ensordecedor, la pincelada épica en el lienzo de la leyenda verdolaga.