No voy a Patillal es una canción que duele. Es el eco de un adiós que su compositor Armando Zabaleta nunca quiso dar, pero que se vio obligado a escribir. La muerte de Freddy Molina, el 15 de octubre de 1972, rompió el silencio de una noche cualquiera y se convirtió en una herida abierta para ese pequeño corregimiento de Valledupar. Molina fue a buscar la caja para la parranda, pero encontró la muerte en manos de su propio hermano. Fue una tragedia que el vallenato no pudo dejar de cantar.
Unos meses después, Zabaleta escribió No voy a Patillal como una elegía para Freddy Molina, pero logró mucho más que eso; consiguió escribir un lamento que trasciende el tiempo y el espacio, un himno que se ha vuelto el refugio de todos aquellos que hemos perdido a alguien. Cada verso, cada acorde, nos lleva al lugar donde habitaba alguien amado que ya no está. Aunque la canción mencione a Patillal, al escucharla, uno no puede evitar atarla a su propia tierra, a la nostalgia por lo que fue y ya no es, o a la memoria de quienes nos faltan.
Conozco bien ese sentimiento. Un amigo me contó cómo la muerte de su abuela lo alejó de San Cayetano, Bolívar, su pueblo natal. Por más de dos años no pudo regresar. Cada rincón le recordaba a ella, a su risa, a sus historias, a la vida que compartían. Y cada vez que escuchaba No voy a Patillal, sentía que la canción era suya. Porque la obra de Armando Zabaleta en honor a Freddy se convirtió en su propia forma de duelo, en su manera de enfrentar lo irreparable.
Así es No voy a Patillal: la despedida que nunca se dice del todo. La canción que, aun con nombre propio, habla por todos. Porque no se trata solo de un pueblo, sino de todos los lugares que hemos dejado atrás. No se trata solo de Freddy Molina, sino de cada ser querido que ya no podemos abrazar. Es una canción que duele de la misma manera en que duele el recuerdo.
Freddy Molina, el alma que despertó este homenaje, se fue a los 27 años hace ya 52 calendarios, pero su música sigue viva. Los tiempos de la cometa, Amor sensible, El indio desventurado son canciones que aún resuenan, que cuentan su historia y se han vuelto eternas. En 1970, El indio desventurado le dio el triunfo en la canción inédita del Festival Vallenato, y Alfredo Gutiérrez, primero, y Diomedes Díaz, después, la hicieron suya para seguir ampliando la leyenda de Freddy.
Hoy, recordamos a Molina y su muerte trágica, pero también celebramos su vida a través de la música y lo que inspiró para que, en su memoria, se escribiera tan bella letra. En cada verso de No voy a Patillal, escuchamos un poco de él, pero también un poco de nosotros. Porque todos, en algún momento, hemos dicho adiós a alguien o a algún lugar. Y aunque no queramos volver, esa canción nos sigue llevando allí.