Texto y fotos: Arnaldo Castillo – Especial para Primer Tiempo
Hoy, 10 de agosto, el reloj de la historia marca 249 años desde que nació este rincón amado de Bolívar: San Juan Nepomuceno, el pulmón verde que respira entre las montañas y guarda en su alma la esencia del Caribe colombiano.
En estas calles, donde el sol pinta de oro las fachadas coloniales y el viento trae aromas de mote de queso recién hecho, se entrelazan la memoria y el presente. Tierra de gente humilde y trabajadora, de manos que cultivan el mejor ñame del departamento y de corazones que laten al ritmo del porro, cumbia, vallenato y champeta.
Su iglesia, con su majestuosa fachada, sigue siendo faro espiritual y postal obligada para propios y visitantes. Y cómo no hablar de su tesoro gastronómico: la galleta María Luisa, orgullo bolivarense que endulza fiestas, sobremesas y recuerdos.
San Juan es también Santuario de Flora y Fauna Los Colorados, un paraíso natural donde la biodiversidad se protege como un hijo amado, y donde los monos aulladores entonan su concierto matinal.
Cuna de grandes nombres como el dos veces Rey Vallenato Julio Rojas Buendía, de docentes que han sembrado saber, poetas que han dibujado la vida con palabras y artistas que han llevado la cultura sanjuanera más allá de sus fronteras. Aquí también nacieron y se forjaron grandes deportistas, hombres y mujeres que con disciplina y talento han puesto en alto el nombre del municipio en canchas, estadios y pistas, demostrando que la fuerza sanjuanera no solo está en el corazón, sino también en el cuerpo y en el espíritu. Incluso, la elegancia y belleza de una Miss Universe Colombia llevan sangre de estas tierras.
Y si algo hace grande a San Juan es que su territorio, generoso, se extiende hasta besar las aguas del Río Magdalena, conectando su historia agrícola con las rutas fluviales que desde hace siglos mueven comercio y cultura.
Hoy, en su aniversario 249, San Juan de mis Amores se viste de fiesta. Porque no es solo un municipio: es un sentimiento que une a sus hijos, dentro y fuera de sus límites. Es el orgullo que se hereda, la hospitalidad que se ofrece sin pedir nada a cambio y la promesa de seguir siendo, por siempre, el corazón vivo de los Montes de María.